martes, 2 de febrero de 2010

Por un momento, me imaginé despertando en mi cama, mirando el reloj digital…que indicaba eran sobre las nueve. Tras haber dormido, o soñado tal vez qué cosa, unas ocho horas y algo. Escuchando mi respiración me quedé mirando hacia arriba, mirando el techo levemente blanco y desentrañando la humilde luz que, a través de unas líneas, las cortinas no llegaban a cubrir.

Me volví dando un radical giro y puse mi nariz en el centro de la almohada…El olor que pude descifrar desde luego no era mío. El olor, fruto del contacto con la piel de mi cara, era caliente y daba la sensación de ser reciente, impregnado a conciencia, tal vez por un alma femenina. Pero en otras circunstancias, no se podría desentrañar el supuesto sexo del aroma reminiscente. Tal vez, pensé e intenté imaginar si yo podría llegar a extender, desde mi cuello, desde mi piel o mediante mis movimientos vitales, ese olor concreto. Y si alguien podría, en un caso límite, recordarme con todos mis rasgos precisos a golpe de pituitaria. Sonaba una canción en la radio que conectó el despertador a la hora que, antojadamente, sería la adecuada para despertarme un día de entre la semana con mínimos planes que llevar a cabo, excepto compartir conmigo la parte vital que corresponde a un miércoles. Los acervos de los miércoles son únicos, se diferencian desde lejos, causan la inflexión necesaria para los que trabajan necesariamente o para los que, simplemente, desean el paso del tiempo fuera de los festivos fines de semana. La luz del sol penetra más fuerte en los entresijos que abandona la cortina, es lo poco que puedo ver de la oscura habitación. Al igual que recordar la procedencia de aquel olor fugado de alguna piel. Cierto que fue una piel vagabunda, una piel que decidió impregnar su esencia sola por el roce. Tal vez me cuesta recordar la procedencia porque fue mezclándose con el mío propio en el transcurso reciente de mi sueño…Puede ser que ese olor que hubiera sido condición de las imágenes borrosas del pasado sueño…Todo esto significa la materialización de la frustración. Tan sólo me queda resignarme, a vivir lo que queda del día con las incógnitas que probablemente, se volverán mas intensas vespertinamente. Nunca barajé que me pudiera despertar con dos elementos, inconexos en su esencia, pero que condicionaran el planteamiento de mi mañana… Quizás durante el día, la casualidad haga que pueda estar suficientemente próximo a una piel templada que me saque de mis dudas, o por el contrario, esperar a la noche, en mi paciente cama, sin la luz del sol luchando con las cortinas y sin haber empezado ningún sueño, con la mente más clara para poder lograr ver el áurea de la piel que aún ocupa, ahora, toda mi cama…

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